La catástrofe que se desarrolla en Gaza no puede entenderse únicamente a través de la lente de la crisis humanitaria. Lo que estamos presenciando no es sólo una consecuencia trágica de la guerra, sino el uso deliberado del hambre como herramienta de control político y demográfico. Esta estrategia, diseñada para desmantelar la sociedad palestina, equivale a una forma de genocidio estructural.
Los dirigentes militares y políticos israelíes, en su afán de dominio y de eliminación de las aspiraciones nacionales palestinas, han ido más allá de las tácticas de bombardeo y destrucción física. Hoy en día, sus métodos son más insidiosos: atacan la esencia de la supervivencia palestina: la comida, el agua y los medios de subsistencia.
Quebrantar la voluntad de un pueblo negándole la capacidad de alimentarse no es un daño colateral. Es una política. Según informes de organismos internacionales independientes, más del 95 por ciento de las tierras agrícolas de Gaza han sido destruidas o inutilizadas. Esta cifra no supone sólo una pérdida económica; Es el desmantelamiento intencional de la soberanía alimentaria y, con ella, de cualquier esperanza de independencia futura.
La destrucción es sistemática. Se ha bloqueado el acceso a las semillas. La infraestructura hídrica ha sido blanco de ataques. Los pescadores y agricultores, que ya operan en condiciones de asedio extremas, han sido atacados repetidamente. Estos no son actos aleatorios. Son parte de un plan más amplio para rediseñar el futuro demográfico y económico de Gaza en consonancia con los objetivos estratégicos a largo plazo de Israel: control absoluto y sumisión política.
Lo que hace que esto sea aún más alarmante es la complicidad de la comunidad internacional. Ya sea a través del silencio o de vagas declaraciones diplomáticas que describen la situación como una “crisis humanitaria”, los actores globales han ayudado a normalizar el uso del hambre como arma de guerra. La negativa a nombrar estas acciones por lo que son –crímenes de guerra cometidos como parte de un genocidio– ha dado a Israel la excusa para continuarlas con impunidad.
Aún más inquietante es cómo el alimento mismo se ha convertido en moneda de cambio. El acceso a productos esenciales como harina, fórmula para bebés y agua embotellada ahora está vinculado a negociaciones políticas y militares. Esto revela una lógica sombría del poder. El objetivo no es la estabilidad ni la seguridad mutua: es imponer condiciones políticas mediante la manipulación calculada del sufrimiento civil.
Al hacer que Gaza dependa completamente de la ayuda exterior mientras desmantela sistemáticamente los medios locales de supervivencia, Israel ha creado una trampa en la que los palestinos se ven despojados de toda capacidad de acción política y económica. Se están reduciendo a una población que puede ser manejada, controlada e intercambiada.
Cada estadística que sale de Gaza debe leerse desde esta perspectiva. Que el 100 por ciento de la población sufra hoy inseguridad alimentaria no es simplemente trágico; Es un indicador del progreso de la estrategia. No se trata de alimentar a los hambrientos. Se trata de quebrar el espíritu de un pueblo y obligarlo a aceptar una nueva realidad en los términos del ocupante.
Y, aun así, la resiliencia de Gaza persiste. Ese desafío, bajo asedio y hambre, ha expuesto el colapso moral de un orden internacional que prefiere las crisis gestionadas a la responsabilidad política. Esta no es una hambruna nacida de la sequía. Éste no es el caos de un Estado fallido. Se trata de un crimen en curso, cometido con los ojos bien abiertos y bajo el manto protector de la indiferencia global.
Permítanme agregar también que las organizaciones de la sociedad civil internacional y los movimientos sociales globales –como La Vía Campesina– no esta en silencio. De hecho, este septiembre, algunos de los movimientos más destacados de agricultores, pescadores y pueblos indígenas del mundo –muchos de ellos procedentes de regiones afectadas por conflictos– se reunirán en Sri Lanka para el tercer Foro Global Nyéléni. Allí, pretendemos construir una respuesta global unificada a la indiferencia generalizada que hace la vista gorda ante el despojo de comunidades enteras. Desde la base, estamos trabajando para desarrollar propuestas concretas para garantizar que los alimentos nunca se conviertan en armas y que el hambre nunca se utilice como táctica de guerra. Al mismo tiempo, en todo el mundo se están produciendo innumerables actos de solidaridad, liderados por personas de conciencia que exigen que sus gobiernos tomen medidas.
La historia recordará lo que ocurre en Gaza. También recordará a aquellos que decidieron permanecer en silencio. La justicia podrá tardar, pero llegará, y preguntará quién se quedó de brazos cruzados mientras se utilizaba el hambre para intentar destruir a un pueblo.
*Fuad Abu Saif es un investigador palestino y experto en agricultura ambiental y este artículo apareció por primera vez en Al Jazeera.