17 de octubre de 2013
Por João Pedro Stédile
Brasileño, miembro de Vía Campesina y del MST, São Paulo, SP, Brasil
Llegamos a siete mil millones de seres humanos habitando el planeta. Más de la mitad, amontonados en grandes ciudades. Distantes de sus lugares de origen. Y por primera vez en la historia, hemos alcanzado el triste récord de mil millones de personas pasando hambre, todos los días. O sea, el 14% de todos los humanos no tienen derecho a sobrevivir… Entre ellos, ¡millares de niños y sus madres mueren todos los días!
Entre la población que consigue alimentarse, nos ha sido impuesta una estandarización de los alimentos. Hace 400 años, antes de la llegada del capitalismo, los humanos se alimentaban con más de 500 especies diferentes de vegetales. Hace 100 años, con la hegemonía de la revolución industrial, se redujeron a sólo 100, que después eran sometidos a procesos industriales. Y hace 30 años, después de la hegemonía del capitalismo financiero en todo el planeta, hoy, la base de toda alimentación de la humanidad está representada en 80% en la soja, maíz, arroz, frijol, cebada y yuca. El mundo se ha vuelto un gran supermercado, único. Las personas, en cualquier lugar del mundo, se alimentan con la misma dieta básica, servida por las mismas empresas, como si fuésemos una gran pocilga, esperando, pasivos y dominados, la distribución de la misma ración diaria. Una verdadera tragedia, escondida todos los días por los medios al servicio de la clase dominante, que se harta con el banquete de intereses, lucros, cuentas bancarias, champán, langosta. ¡Cada vez más obesos y deshumanizados! Saturados de injusticias e iniquidades.
Por qué hemos llegado a esta situación
Porque el capitalismo, como modo de organizar la producción, la distribución de los bienes y la vida de las personas basada en el lucro y en la explotación, se ha apoderado de todo el planeta. Y los alimentos han sido reducidos a la condición de mera mercancía. Quien tiene dinero puede comprar la energía para seguir viviendo… Quien no lo tiene, no puede continuar sobreviviendo. Y para tener dinero es preciso vender su fuerza de trabajo, ¡si hay quien la compre!
Porque alrededor de 100 empresas agro-alimentarias transnacionales (como Cargill, Monsanto, Dreyfuss, ADM, Syngenta, Bungue, etc.) controlan la mayor parte de la producción mundial de fertilizantes, agroquímicos, agrotóxicos, las agroindustrias y el mercado de venta de esos alimentos.
Porque ahora, los alimentos son vendidos y se especula con ellos en bolsas de valores internacionales, como si fuesen una materia prima cualquiera, como el mineral de hierro, petróleo, etc., y grandes inversores financieros se transforman en propietarios de millones de toneladas de alimentos con los que especulan y aumentan los precios, a propósito, para aumentar sus lucros. Millones de toneladas de soja, maíz, trigo, arroz, incluso de las cosechas futuras, que todavía no han sido siquiera plantadas, la de 2018, o sea cinco años adelante, ya han sido vendidas. Esos millones de toneladas de granos, que no existen, ¡ya tienen dueño!
El establecimiento de los precios de los alimentos ya no sigue las reglas de costo de producción, más los medios de producción y la fuerza de trabajo. Ahora son determinados por el control oligopólico que las empresas hacen del mercado, e imponen un mismo precio para el producto, en todo el mundo, y en dólares. Y quien tenga un costo superior a eso, se va a la quiebra, pues no consigue reponer sus gastos.
Porque, en esta fase de control del capital financiero (ficticio) sobre los bienes, que circula en el mundo en proporción 5 veces mayor que su equivalente en producción (255 billones de dólares en moneda, para apenas 55 billones de dólares en bienes anuales) ha transformado también los bienes de la naturaleza, como la tierra, agua, energía, minerales, en meras mercancías bajo su control. Ha producido una enorme concentración de la propiedad de la tierra, de los bienes de la naturaleza y de los alimentos.
Y ¿cuál es la solución?
En primer lugar necesitamos restablecer en todo el planeta el principio de que el alimento no puede ser mercancía. El alimento es la energía de la naturaleza (sol más tierra, más agua, más viento) que mueve a los seres humanos, producidos en armonía y colaboración con los otros seres vivos que forman la inmensa biodiversidad del planeta. Todos dependemos de todos, en esa sinergia colectiva de sobrevivencia y reproducción. El alimento es un derecho de sobrevivencia. Y por tanto, todo ser humano debe tener acceso a esa energía para reproducirse en cuanto ser humano, de manera igualitaria y sin ningún condicionante.
Los gobiernos han adoptado el concepto de seguridad alimentaria, para explicar ese derecho y así, decir que los gobiernos deben surtir de comida a sus ciudadanos. Es un pequeño avance en relación a la subordinación total al mercado. Pero nosotros, miembros de los movimientos sociales, decimos que el concepto es insuficiente, porque no resuelve el problema ni de la producción de los alimentos, ni de la distribución y mucho menos del derecho. Porque no basta que los gobiernos compren comida, o distribuyan dinero en las “bolsas-familia”. Los alimentos continúan siendo tratados como mercancías y dando mucho lucro a las empresas que venden a los gobiernos. Y las personas siguen siendo dependientes: antes, del mercado, ahora de los gobiernos.
Defendemos el concepto de SOBERANÍA ALIMENTARIA, que es la necesidad y el derecho de que, en cada territorio, sea una ciudad, un poblado, una tribu, un asentamiento, un municipio, un Estado o incluso un país, cada pueblo tiene el derecho y el deber de producir sus propios alimentos. Ha sido esa práctica la que ha garantizado la sobrevivencia de la humanidad, aun en condiciones bien difíciles. Y está probado biológicamente que en todo el planeta es posible producir la energía –los alimentos– para reproducción humana, a partir de las condiciones locales.
La cuestión fundamental es cómo garantizar la soberanía alimentaria de los pueblos. Y para eso debemos defender la necesidad de que, en primer lugar, todos los que cultivan la tierra y producen los alimentos, los agricultores, campesinos, tengan el derecho a la tierra y el agua. Como un derecho de seres humanos. De ahí la necesidad de la política de redistribución de los bienes de la naturaleza (tierra, agua, energía…) entre todos, en lo que llamamos reforma agraria.
• Necesitamos garantizar que haya soberanía nacional y popular sobre los principales bienes de la naturaleza. No podemos someterlos a las reglas de la propiedad privada y del lucro. ¡Los bienes de la naturaleza no son frutos del trabajo humano! Por eso, el Estado, en nombre de la sociedad, debe someterlos a la función social, colectiva, bajo control de la sociedad.
• Necesitamos políticas públicas gubernamentales, que estimulen la práctica de técnicas agrícolas e producción de alimentos, que no sean depredadoras de la naturaleza, que no usen venenos ni produzcan desequilibrio con la naturaleza y la biodiversidad, y en abundancia para todos. A esas prácticas adecuadas es a lo que llamamos agroecología.
• Necesitamos garantizar el derecho de que las simientes, las diferentes razas de animales y las mejoras genéticas que van siendo conseguidas por la humanidad a lo largo de la historia sean accesibles a todos los agricultores. No puede haber propiedad privada sobre simientes y seres vivos, como la actual fase del capitalismo nos impone, como las leyes de patentes, transgénicos y mutaciones genéticas. ¡Las simientes son un patrimonio de la humanidad!
• Necesitamos garantizar que en cada lugar, región, se produzcan los alimentos necesarios que la biodiversidad local proporciona y que así mantengamos los hábitos alimentarios y la cultura local, como una cuestión inclusive de salud pública. Pues los médicos y biólogos nos enseñan que la alimentación de todos los seres vivos, para su reproducción saludable, debe estar en convivencia con el hábitat y la energía del lugar.
• Necesitamos que los gobiernos garanticen la compra de todos los alimentos excedentes producidos por los campesinos y usen el poder del Estado, para garantizarles una renta adecuada y al mismo tiempo la distribución de los alimentos de forma adecuada a todos los ciudadanos.
• Necesitamos impedir que las empresas transnacionales continúen controlando cualquier parte del proceso de producción de los insumos agrícolas, de la producción y distribución de los alimentos.
• Necesitamos desarrollar el beneficio de los alimentos (lo que se llama agroindustria) en forma cooperativa bajo control de los campesinos y trabajadores.
• Necesitamos adoptar prácticas de comercio internacional de alimentos entre los pueblos basadas en la solidaridad, en la complementariedad y en el intercambio. Y ya no en el oligopolio de las empresas, y dominados por el dólar estadounidense.
El Estado necesita desarrollar políticas públicas que garanticen el principio de que el alimento no es una mercancía, es un derecho de todos los ciudadanos. Y las personas sólo vivirán en sociedades democráticas, con sus derechos mínimos asegurados, si tuvieren acceso al alimento-energía necesarios.
¡El alimento no es mercancía, es un derecho!