29 de marzo de 2013
PATRIA GRANDE
Los insurgentes del mundo
El Movimiento Nacional Campesino Indígena asumió la Secretaría Operativa de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo, un hecho que expresa el crecimiento de un sujeto político históricamente invisibilizado.
Hace pocos días, la Biblioteca Nacional fue escenario de un hecho significativo que sin embargo pasó desapercibido: ante más de doscientos delegados de organizaciones campesinas, indígenas y afroamericanas de Suramérica y El Caribe, el Movimiento Nacional Campesino e Indígena (MNCI) -la instancia de articulación de un importante número de organizaciones campesinas argentinas- asumió la Secretaría Operativa de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC). En el evento, las organizaciones presentaron los ejes de trabajo de los próximos cuatro años: reforma agraria integral, soberanía alimentaria y construcción del socialismo comunitario en América Latina.
El hecho es relevante porque muestra un importante crecimiento de un actor que históricamente ha sido el destinatario privilegiado de la violencia ejercida por los grandes grupos agropecuarios: el campesinado. Surgida en 1994 como resultado de la “Campaña Continental 500 años de Resistencia Indígena, Negra y Popular (1989-1992)”, actualmente la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo nuclea a más de ochenta organizaciones campesinas, indígenas y afroamericanas de toda la región.
Este crecimiento no se reduce a la capacidad de convocar más organizaciones a la Coordinadora, sino también a un desarrollo de su estrategia política. Si bien la CLOC se sigue pensando como un movimiento de resistencia, en los últimos años ha abordado un problema político que resuena en América Latina: qué significa construir el socialismo en el siglo XXI. En este sentido, la CLOC ha elaborado una propuesta alternativa al capitalismo que quedó plasmada en los principios del Manifiesto de la Isla del Sol, leído por Evo Morales el 21 de diciembre de 2012 en el Lago Titicaca ante diez mil delegados de organizaciones de todo el mundo.
«El socialismo no es el punto de llegada de un proceso regido por una noción acrítica de progreso sino un proyecto que hunde sus raíces en la historia de nuestros pueblos».
En la reinterpretación del mito del pachacuti, ya no como un cataclismo social sino como la apertura de un nuevo tiempo histórico, la CLOC se inscribe en la saga de las más ricas tradiciones de las izquierdas indigenistas suramericanas, para quienes el socialismo no es el punto de llegada de un proceso regido por una noción acrítica de progreso sino un proyecto que hunde sus raíces en la historia de nuestros pueblos. De este modo, la Coordinadora es una expresión más del proceso de revitalización de la política en nuestro continente.
Para la Argentina, que el Movimiento Nacional Campesino Indígena asuma la Secretaria Operativa de la CLOC se torna significativo porque implica un reconocimiento a un actor doblemente invisibilizado. Primero, porque muestra “otro campo” que aquel que proclama representar la Mesa de Enlace. Segundo, porque en nuestro país todavía resulta dificultoso reconocer al campesinado como un sujeto político, más aún cuando aparece filiado con la figura del indígena.
Aunque para el peronismo el campesinado ha sido el destinatario de políticas de inclusión social y a lo largo del siglo XIX y XX han existido proyectos que lo recuperaron como un actor político a partir de la evocación de las montoneras o reinterpretando en clave combativa al Martín Fierro o a Juan Moreira, lo cierto es que sigue teniendo eficacia la imagen que las derechas políticas construyeron alrededor de su figura, y que se resume en la idea de un gaucho que, como quería Lugones en el Centenario, es símbolo de la nacionalidad en la medida en que luce obediente con la ley, sacrificado por el patrón y enemigo atroz del indio en la denominada “conquista del desierto”.
Frente a esta imagen anquilosada del campesinado, el MNCI recupera las memorias de lucha y organización de las Ligas Agrarias, símbolo de las movilizaciones populares rurales de los años sesenta y setenta argentinos, ferozmente perseguidas por la última dictadura cívico-militar. Y si bien su origen se remonta a los años noventa, cuando surge el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE), la organización más antigua del Movimiento, su consolidación es contemporánea de la recuperación política y económica de nuestro país durante la última década.
«El MNCI recupera las memorias de lucha y organización de las Ligas Agrarias, símbolo de las movilizaciones populares rurales de los años sesenta y setenta».
Durante estos años, el MNCI ha ejercido una fuerte crítica al desarrollo del modelo sojero (monocultivo y tecnologías transgénicas), en tanto supone el desmonte sistemático de vastos territorios, la destrucción de la biodiversidad, la expulsión de los campesinos a las ciudades y la apropiación violenta de las tierras campesinas por los empresarios del sector, cuyas expresiones extremas han sido los asesinatos de los militantes del MOCASE-Vía Campesina, Christian Ferreyra y Miguel Galván, entre numerosos hechos de violencia que se suscitan cotidianamente sin que alcancen estado público.
En el contexto de este enfrentamiento con el empresariado, el MNCI ha sido un actor destacado durante el conflicto por la Resolución 125, disputando las rutas a los ruralistas, marchando junto a las organizaciones kirchneristas y emergiendo en la escena pública como la contracara del boom sojero. Del mismo modo, recientemente el Movimiento se ha pronunciado a favor de la recuperación del Predio de la Rural.
Por estas razones, a 37 años del golpe cívico-militar, la asunción de la Secretaría Operativa de la CLOC por parte del Movimiento Nacional Campesino Indígena representa la recuperación de un legado, el de las Ligas Agracias, que el terror quiso interrumpir. El hecho de que este evento haya tenido lugar en la Biblioteca Nacional, la misma sede donde hoy en día se discute la democratización del Poder Judicial, señala también cuál es el papel que puede cumplir la cultura al interior de un proyecto nacional, popular y democrático.