El debate sobre la opresión de las mujeres y el concepto de género

Miércoles 29 de Agosto de 2012

Nalu Faria

Para Daniele Kergoat, las relaciones de opresión vividas por las mujeres tienen como base material la división sexual del trabajo que está organizada a partir de dos principios: la separación entre trabajo de hombre y trabajo de mujer, y la jerarquización en que el trabajo de los hombres es más valorado.

De esa forma el concepto de división sexual del trabajo parte de la comprensión que hay una modalidad específica de división social del trabajo entre os sexos. Tiene como base el reconocimiento de que hay una enorme cantidad de trabajo realizado por las mujeres que no es considerado. La naturalización de ese proceso coloca como parte del destino biológico de las mujeres la responsabilidad por el trabajo doméstico y de cuidados considerados vinculados a la maternidad.



Aún según D. Kergoat, los hombres son designados prioritariamente a la esfera productiva, mientras las mujeres a la esfera reproductiva, y hay, al mismo tiempo, la aprensión por los hombres de las actividades de mayor valor agregado. Esa formulación permite abordar la relación entre producción y reproducción, explica la simultaneidad de las mujeres en los trabajos productivo y reproductivo y su explotación diferenciada en el mundo productivo y en el trabajo remunerado. Más aún, tuvo el mérito de visibilizar la enorme cantidad de trabajo que no es reconocida como tal, y siempre es invisible. En consecuencia, ese abordaje ha ampliado el concepto de trabajo establecido en la sociedad capitalista, para ir más allá del análisis del trabajo considerado productivo y que puede ser vendido en el mercado.

La división sexual del trabajo constituye la base material sobre a cual se organiza una relación social específica entre hombres y mujeres, que es antagónica, jerárquica y de eso resultan prácticas sociales distintas que traspasan todo el campo social. O sea, una sociedad sexuada, estructurada transversalmente por las relaciones de género. (Kergoat, 2003)

El capitalismo ha incorporado el patriarcado como estructurante de las relaciones sociales profundizando la división sexual del trabajo y la separación entre una esfera pública y otra privada. La primera considerada como el lugar en donde se da la producción y la segunda en donde ocurre la reproducción. Ello definió una reducción del concepto de trabajo limitado a lo que acontece en la esfera mercantil y desconsidera como trabajo las actividades de reproducción y cuidado y la vida humana y, por lo tanto, como una externalidad del modelo económico. En verdad oculta la dependencia masculina del trabajo invisible y no reconocido de las mujeres y hace parte de las falsas dicotomías creadas por la ideología patriarcal. Esas falsas dicotomías se constituyen como definiciones y representaciones del masculino y femenino: producción-reproducción, cultura-naturaleza, objetivo – subjetivo, razón-emoción. Esos son valores y la visión del mundo impuesta por el grupo dominante y, por lo tanto, esas dicotomías no son neutras, en verdad son jerárquicas.

La naturalización como si fuera parte de una esencia masculina y femenina, parte de la biología y el desarrollo sicológico fue uno de los principales mecanismos de justificación de esa desigualdad. De ahí surge la visión de que hay harmonía y complementariedad en las relaciones entre hombres y mujeres. Con eso se busca ocultar las relaciones de conflicto y poder entre hombres y mujeres, en la familia y en el conjunto de la sociedad.

Bajo el capitalismo se construyó un discurso legitimador de esa desigualdad, que muchas feministas llaman del patriarcado moderno en que incluso los justamente los filósofos iluministas tuvieran un rol fundamental en la construcción de un discurso misógino de legitimación del patriarcado y que se extendió para los campo de la medicina, de la moral y de la política. Paradojalmente naturaliza la desigualdad de las mujeres, planteando como parte de una esencia femenina la subordinación de las mujeres a los hombres. Atribuyen a la maternidad y consideran que el rol “natural” de las mujeres es el cuidado de hijos y hijas. Al mismo tiempo, se dio la construcción de un modelo de femineidad en el que son impuestos a las mujeres como deben comportarse y desarrollar su personalidad y habilidades para que estén adecuadas a su “rol social” de madre y esposa. Es evidente que en ese modelo hay cortes de clase y raza/etnia, sin embargo, tiene como trazos comunes representaciones que definen que las mujeres deben ser intuitivas, sensibles, dóciles, cuidadoras, altruistas, pacientes, delicadas, amables, cariñosas y buenas dueñas del hogar. Pero también tienen que ser bellas, agradables y, en los días de hoy, hay la exigencia de que sean jóvenes y delgadas.

Una estrategia fundamental para la consolidación de esas relaciones en el capitalismo fue la redefinición del rol de la familia mononuclear burguesa que se extendió para el mundo operario. La familia juega un rol fundamental en la producción y reproducción de la fuerza de trabajo, pero la clave es justamente la desconexión entre producción y reproducción y la familia es presentada como el lugar no económico de las relaciones afectivas. Eso confirma el no reconocimiento de la grande cantidad de trabajo doméstico y de cuidados realizados por las mujeres, cuando se presenta que la familia esta estructurada teniendo los hombres como proveedores y las mujeres como reproductoras. En verdad ese modelo hombre-proveedor es más bien un mito, ya que ninguna sociedad puede prescindir del trabajo de las mujeres en lo que se llama de actividades productivas y que también en una familia en la cual la mujer no es asalariada muchos más bienes y servicios son producidos en el ámbito del hogar. Oculta así el rol económico de la familia en la reproducción de la fuerza de trabajo y en la sostenibilidad de la vida humana.

Uno de los elementos estructuradotes de ese modelo de familia fue la imposición de heterosexualidad como norma de cumplimiento obligatorio. O sea, corresponde igualmente un modelo de sexualidad considerado padrón que jerarquiza y normatiza. Propone una sexualidad androcéntrica, que naturaliza las practicas sexuales como parte de una esencia en que la sexualidad masculina es basada en la virilidad y agresividad,, mientras la vivencia de las mujeres seria dócil y pasiva.

Ese discurso fue la base para manutención de una doble moral que justifica y incentiva la prostitución, aceptación de las relaciones promiscuas para los hombres y el castigo para las mujeres. Conocemos esa realidad que pasa en nuestros países: hombres con dos o más familias o de muchos hijos bastardos (como se definía). Además hoy podemos hablar de nuevas modalidades, como por ejemplo la no responsabilización masculina con los hijos, el incremento en nuestros países de familias monoparentales – pero sigue hegemónico el padrón en el cual las mujeres son clasificadas como santas o profanas según el ejercicio de su sexualidad. Al mismo tiempo, luego de las luchas por liberación sexual, el modelo ha buscado integrar elementos del discurso de liberación, pero a través de una profunda banalización de la sexualidad.

Esas relaciones de poder, de control y pose hacen con que las mujeres sean vistas como objetos disponibles, o sea hay una cosificación de las mujeres. El resultado es que la violencia doméstica e sexual, o violencia sexista, es parte del cuotidiano de la mayoria de las mujeres. Se constituye como la expresión mas dura de la opresión de las mujeres. En general, la violencia es ejercida por personas que están muy cercanas de la mujeres: conjugues, amantes, novios, padres, amigos y colegas de trabajo.

La presencia de las mujeres en el trabajo asalariado o en el campo no altera en nada la responsabilidad casi exclusiva por el trabajo doméstico e de cuidado. Para las mujeres la realización de ese trabajo se pone como parte de su identidad primaria, una vez que la maternidad es considerada su lugar principal. Esa identidad es incorporada de manera profunda por las mujeres y su vivencia está marcada por la evaluación de las funciones y valores asociados. En verdad ese discurso da buena madre es una construcción ideológica para que las mujeres sigan haciendo el trabajo doméstico.

En el campo, esa división sexual del trabajo también se estructura entre lo que es realizado en el ámbito de la casa y del trabajo con la tierra (Miriam Nobre, 1996). De esa forma históricamente muchas de las actividades productivas realizadas por las mujeres son consideradas una extensión del trabajo doméstico. Es importante subrayar que esa modalidad da división sexual del trabajo en el campo está vinculada a la introducción de la visión capitalista de trabajo, que justamente se queda reducido al que puede ser intercambiado en el mercado.

El feminismo tuvo una acción contundente de denuncia de los rasgos androcéntricos de ese modelo y ha buscado construir nuevos marcos analíticos para enfocar y resolver los problemas de otra forma. Sin embargo, esa sigue siendo una cuestión pendiente y hace con que fácilmente, en los espacios en donde se discuten alternativas, el patriarcado siga invisibilizado, principalmente en lo que se refiere al trabajo doméstico y de cuidados.

Además, permanecen las prácticas sexistas en el interior de la clase trabajadora y en las organizaciones políticas de izquierda. Esa permanencia del machismo y de prácticas patriarcales en el interior de la izquierda contribuye para que en el movimiento de mujeres siga una tensión entre lucha feminista y de clases.

Acerca del concepto de género

El concepto de género surgió luego de muchos años de lucha feminista y de varios intentos de explicaciones teóricas acerca de la opresión de las mujeres. La idea de la construcción social de la identidad femenina ya estaba presente hacia muchos años.

El libro “El segundo sexo”, 1949, de Simone de Beauvoir fue un marco para el debate acerca de la construcción social de la subordinación de las mujeres, a partir de los años 1960. Publicado en dos volúmenes es una obra minuciosa, escrita con todo rigor que caracterizaba la autora, para el cual ha utilizado conocimientos de varias disciplinas tales como historia, filosofía, economía, biología y también de experiencias de vida con el intuito de desvelar la condición femenina. Ella ha demonstrado que la propia noción de femineidad fue inventada por los hombres y tenía como reto que la auto-limitación de las mujeres. Podemos decir que, desde entonces, estuvo mas presente el debate sobre la construcción social del ser hombre y el ser mujer. Se considera que Robert Stoller elaboró conceptualmente el término género como referencia para la construcción social da masculinidad y femineidad en su libro Sex and Gender (1968). Mas tarde en 1975 otro marco fue el artigo “El Tráfico de Mujeres”, de la antropóloga Gayle Rubin. En ese artigo ella elabora el concepto de sistema de sexo-género en el cual busca unir esas dos categorías, definiendo como “un grupo de arreglos en términos históricos a través de los cuales una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana, llevándose en consideración también la manera como esas necesidades sexuales transformadas son satisfechas”. (Gayle Rubin)

El hecho es que después de varios años de trayectoria y debate del feminismo permanecían dificultades teóricas sobre la origen de la opresión de las mujeres, acerca de como inserir la visión de la opresión de las mujeres en el conjunto de las relaciones sociales, sobre el vinculo entre esa y otras opresiones. Por ejemplo, entre opresión de las mujeres y capitalismo. No existía una explicación que articulara los varios planes en que se da la opresión sobre las mujeres (trabajo, familia, sexualidad, poder, identidad) y, principalmente, una explicación que señalara con más nitidez los caminos para la superación de esa opresión.

Beth Lobo (1991) en el articulo “Os usos do género” aborda que el surgimiento de ese concepto se da a partir de los impases en el debate feminista a partir de los conceptos de patriarcado y división sexual del trabajo en un contexto en que los estudios tendían a buscar los orígenes de la opresión. Afirma que “llevaron las investigadoras feministas a teorizar género a través de incursiones en la antropología estructural y en la sicanálisis, para analizar justamente el significado social de la masculinidad e feminilidad”. De forma general el concepto de género se firmó por haber consolidado la cuestión de la construcción social y la contribución para explodir las dicotomías y mostrar que género traspasa todo el campo social.

En ese sentido, el concepto de género respondió varios de esos impases y permitió analizar tanto las relaciones de género como la construcción de la identidad de género en cada persona. El concepto de género fue trabajado inicialmente por la antropología y la sicoanálisis, situando la construcción de las relaciones sociales de género en la definición de las identidades femenina y masculina, como base para la existencia de roles sociales distintos y jerárquicos (desiguales). Ese concepto plantea claramente el ser mujer y ser hombres como una construcción social, a partir de lo que es establecido como femenino y masculino y de los roles sociales destinados a cada un.

Género es un concepto relacional, o sea, que mira el un en relación al otro, y considera que estas relaciones son de poder y de jerarquía de los hombres sobre las mujeres. De forma general, fue un concepto que se desarrolló en la tradición anglo-saxónica. En la tradición francesa siempre fue utilizado el término relaciones sociales de sexo, y fue también donde se desarrolló el concepto de división sexual del trabajo. Sobre el debate alrededor de la utilización del termino “género”, “relaciones de género” (del ingles gender) en lugar de “relaciones sociales de sexo”, la primera observación es que es imposible poner en oposición género y relaciones sociales de sexo, pues los dos son altamente polisémicos. Encontramos en los dos casos el mismo abanico de acepciones que van desde la simples variable mujeres hasta un análisis en términos de relaciones sociales antagónicas.

Lo que podemos enfatizar es que el debate de las francesas pone énfasis en que la división sexual del trabajo es la base material de la opresión de las mujeres, que ellas consideran como lo que está en juego en las relaciones de poder entre hombres y mujeres. La división sexual del trabajo estructura un tipo de relación social específica, que son las relaciones sociales de sexo (o de género). (Kergoat, 2003)

El concepto de género passó a ser usado prácticamente por el conjunto del feminismo, lo que proporcionó un salto colectivo en la dirección de la discusión teórica. Ayudó a romper con las dicotomías antes planteadas: divisiones entre específico y general, público y privado, producción y reproducción, porque busca comprender como las relaciones de género estructuran las prácticas sociales en las diversas esferas. El permite trabajar generalizaciones y particularidades, porque podemos percibir el significado de género en la sociedad como un todo, así como en la experiencia individual o de un grupo.

En América Latina, el artículo de Joan Scott se volvió casi que el artículo fundante del concepto de género. En el, más que conceptuar género, ella buscó demuestrar que es una categoría útil para el análisis de la historia. Discutió la relación entre la constitución del concepto de género y la institucionalización en particular en las universidades. Hizo ello comparando con la forma como los estudios iniciaron como “estudios sobre las mujeres”. Ella argumenta que, por un lado, el concepto de género trajo más legitimidad, pero por otro, desconsidera el sujeto que estaba explícito en los estudios sobre mujeres. O sea, ha ganado legitimidad institucional, pero ha perdido la fuerza del sujeto. En los años 1990 hay una fuerte incorporación de “género” y se evalúa que hubo hasta mismo una cierta banalización y que haya perdido su fuerza.

Parece que ese debate original del concepto de género está imbricado con su desarrollo. O sea, hubo una asimilación en que muchas veces su status de categoría llevó a un abordaje bastante técnica, haciendo parecer que era una cuestión de definir instrumento para garantizar su incorporación en los análisis y acciones a partir de la premisa de que es una categoría de análisis transversal. De esa forma, muchas veces se secundarizó la cuestión fundamental que se trata de una relación de poder y, por lo tanto, de conflicto, y está definida por una determinada correlación de fuerzas.

En verdad esa incorporación de la perspectiva de género definió todo un esfuerzo de análisis, modelos operativos y capacitación de expertas en género y desarrollo buscando lograr que esa cuestion fuera incorporada transversalmente en los proyetos y politicas. Eso fue levado adiante por organismos multilatelaes como UNIFEM, Banco Mundial y paulatinamente influenciando las agendas de ONGs, movimientos socialies y gobiernos. Hoy muchas de las autoras esa política conocida como del “mainstream” de género hacen un balance crítico del período por su acento exclusivo en las herramientas y la expertise.

El balance critico trae la importancia de refuerzar el elemento sujeto político y la auto-organización de las mujeres como forma de enfrentar las relaciones de poder, sin aislar el contexto histórico y la dimensión de clase y raza que exigen políticas de transformaciones estructurales que operen simultáneamente sobre las dimensiones económicas, sociales y políticas.

Reflexión desde la Marcha Mundial de las Mujeres

Reflexionar sobre a experiencia da Marcha Mundial de las Mujeres (MMM) és interesante para ejemplificar la importancia del sujeto político, del cuestionamiento de las relaciones de poder y mas que eso partir de lo que es la visión del una determinada cuestión para pensar las respuestas necesarias. El origen de la MMM está vinculada a la necesidad de construir un amplio proceso de lucha desde los sectores populares en respuesta a la ofensiva capitalista a partir de globalización neoliberal y el refuerzo del machismo. Es parte de una alternativa a la globalización del movimiento feminista vinculado a la agenda de las Naciones Unidas y creó la propuesta de construcción de una transnacionalización de las luchas ancorada en el trabajo de base en conexión con acciones nacionales e internacionales. Del punto de vista del análisis político, la MMM inició cuestionando globalmente el modelo vigente, retoma la relación con el debate de clase y consolida más que una crítica a globalización neoliberal para una crítica anticapitalista.

En ese proceso ha recolocado el concepto de patriarcado en respuesta al hecho que el movimiento estuvo bajo la hegemonía esa banalización del concepto de género en uno proceso de institucionalización y de pérdida de radicalidad. El primer resultado de ese cambio es que de volvió a colocar énfasis en la dimensión de la opresión masculina. Al mismo tiempo en que hace el análisis de la imbricación entre capitalismo y patriarcado. No hubo una retomada del antiguo debate entre marxismo y feminismo – capitalismo y patriarcado como uno o dos sistemas, pero se enfatiza la interrelación y como se fortalecen y están construidos con base en la desigualdad, que se refuerzan mutuamente. Hay el reconocimiento que el capitalismo incorporó la dominación patriarcal como estructurante de su modelo económico y de sus prácticas a partir de la transversalidad de la desigualdad de género con base en la división sexual del trabajo, en el control sobre el cuerpo de las mujeres, la imposición de la familia patriarcal y la heteronormatividad de la sexualidad como modelos.

A partir de esa comprensión resulta una estratégia de la importancia del fortalecimiento de las mujeres como sujetos políticos a partir de su auto-organización. Es a partir de la construcción de acciones colectivas que las mujeres tendremos fuerza para revolucionar la sociedad tanto al nivel de la construcción de nuevas relaciones sociales y de superación de todos los mecanismos de manutención de la opresión. Para la MMM la construcción de una fuerza propia de las mujeres es fundamental incluso para la articulación de las alianzas necesarias con otros movimientos y organizaciones. La utopía del feminismo anticapitalista apunta para un cuestionamiento global de modelo actual y para la construcción de nuevas relaciones y nueva subjetividades.

Para eso actua para construir relaciones de alianzas con el conjunto de movimientos sociales y otros actores politicos de cambio como parte de un processo que la persepctiva de igualdad sea assumida por el conjunto.

Todo ese debate no desconoce la importancia que cada organización analise la desigualdad de género y asuma acciones que cuestione esa realidad. Pero hay no perder de vista que es no cuestión mas politica que técnica y que requer propuestas de accion concretas, pero también un cambio organizacional y cultural en cada instituición, proyeto o movimiento.

Bibliografía

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Kergoat, D. Relações sociais de sexo e divisão sexual do Trabalho, in Lopes, Marta Julia (e outras). Gênero e Saúde. Porto Alegre: Artes Médicas, 1996. KERGOAT, Danièle. Divisão sexual do trabalho e relações sociais de sexo. In: EMÍLIO, Marli et al. (orgs.). Trabalho e cidadania ativa para as mulheres: desafios para as políticas públicas. São Paulo: Prefeitura Municipal de São Paulo, 2003, p. 55-63.

LOBO, Elisabeth. Os Usos do Gênero. In: A Classe Operária tem dois sexos. Ed. Brasiliense. São Paulo. 1991

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