Miércoles 25 de Abril de 2012
Por Consejo Editorial
En artículos anteriores hemos visto como las alternativas que ofrece la llamada ‘economía verde’ a gran escala, no nos sirven para construir soberanía rural y alimentaria. Pero también debemos dibujar, desde nuestros planteamientos y criterios, qué tecnologías en temas energéticos pueden ser favorables al modelo de desarrollo que buscamos para nuestro medio rural.
La biomasa forestal o los agrocombustibles cultivados poco pueden hacer por el campesinado y menos por la salud del Planeta bajo un esquema capitalista y de dimensiones tan gigantescas como se pretenden. Sin embargo, en el uso de la biomasa hay otro modelo que ofrece muchas posibilidades positivas para la autonomía energética de la población rural, y para una gestión forestal sostenible y beneficiosa para el medio ambiente.
Energía eléctrica, energía térmica.
El debate actual sobre las diversas formas de aprovechamiento de la biomasa forestal para uso energético está servido. El caldo de cultivo es la gran cantidad de proyectos presentados y aprobados en todas y cada una de las Comunidades Autónomas, las movilizaciones que surgen contra algunos de ellos, y también el hecho de que en torno a un 60% de estos proyectos nunca llegue a ver la luz por su inviabilidad económica o ecológica.
Para analizar este tema es importante distinguir entre los proyectos de aprovechamiento de la biomasa forestal destinados a mantener el sobreconsumo de energía eléctrica, de aquellos proyectos que, a pequeña escala, plantean la producción de energía térmica, es decir, producción de calor en una escala local aprovechando biomasa forestal, residuos o subproductos derivados de la actividad principal.
El calor de antaño y el calor del futuro está en los montes.
Tradicionalmente, las poblaciones rurales que tenían la dicha de tener monte cercano aprovechaban la leña para obtener energía térmica durante los meses de invierno. El régimen bajo el cual se producía el aprovechamiento dependía de la propiedad del monte. La situación óptima era la de aquellas zonas en las que el monte de propiedad pública o comunal estaba extendido, y por lo tanto los vecinos y vecinas tenían derecho cada año a las ‘suertes’ (o reparto) a través de la cual cada familia recibía una cantidad de leña para el invierno.
Esta forma de proceder se sigue desarrollando en muchas partes de España y es sencilla. Al finalizar febrero o principios de marzo dependiendo como vaya de fría y lluviosa la estación, la Junta Vecinal o el o la representante local junto con el o la agente forestal, va al monte y marca la zona de corta de leña y divide luego en tantos lotes al área marcada como unidades familiares han solicitado leña. Cada lote tiene un número y el día del sorteo a cada vecino o vecina le toca a ‘suertes’ uno de ellos. Desde esta fecha y hasta el día que el Departamento correspondiente permite el trabajo de corta en el monte, cada persona o grupos de personas se organizan para limpiar, clarear y entresacar la leña y dejar los árboles mejores para que sigan creciendo. De esta forma, los montes comunales se mantienen en buenas condiciones y los vecinos y vecinas obtienen leña suficiente para calentarse en invierno. Un verdadero ejemplo de soberanía energética.
En los últimos 30 años, sin embargo el ejercicio del derecho sobre los bosques y la leña se ha ido abandonando hasta incluso desaparecer en determinadas zonas. Las razones son muchas y variadas: para empezar el despoblamiento de estas zonas va en detrimento de este ejercicio de soberanía rural. Por otro lado, el envejecimiento hace que muchos de los vecinos y vecinas que todavía viven en los pueblos no estén ya en condiciones de ir al monte cortar la madera y luego bajarla. Otras razones que dificultan el ejercicio de este derecho es el lamentable estado de los caminos de acceso al monte o la privatización de muchos espacios. Si a todo esto le unimos la comodidad de un botón que tan solo con pulsarlo enciende o apaga la calefacción de gasoil, nos justifica la situación. Y así poco a poco muchas de las casas de los pueblos fueron sustituyendo sus sistemas tradicionales de calor con leña por calefacciones de gasoil, cada vez más cara y desde luego dependiente.
Sin embargo, en los últimos 4 años el precio del gasóleo de calefacción se ha incrementado en un 240% y ha pasado de 0´40 euros a 1´05 euros en el mes de febrero de 2012. Paralelamente se ha producido un desarrollo tecnológico muy importante impulsado desde los países nórdicos (Finlandia, Suecia y Noruega) que aprovecha en diversas formas la biomasa forestal de manera más eficiente y cómoda que los tocos de leña de siempre. El desarrollo tecnológico se ha producido en el formato de la biomasa y el proceso de obtención básicamente puede ser de dos formas: el pellet (concentrado de biomasa triturada de menos de 2 cm) y la briqueta o astilla (astillas o trozos secos de menos de 9 cm). Por otro lado, ha sido necesario el desarrollo de las calderas, estufas y cocinas tradicionales para admitir la quema de este producto.
El desarrollo y expansión de la biomasa forestal para uso térmico está siendo espectacular, es el calor rural de antaño con clara vocación de futuro. La razón para su expansión actualmente está siendo el ahorro económico que supone el cambio de un sistema de calor de gas propano o gasoil a la astilla o pellet.
En este esquema de ahorro, una gran parte de las experiencias desarrolladas se han impulsado por parte de pequeños ayuntamientos en el ámbito municipal o de mancomunidades de municipios en los que a partir de la puesta en marcha de una pequeña planta de producción de pellet o astillas sobre la base del recurso forestal local, han sustituido en los edificios públicos los antiguos sistemas de calefacción en base a gasoil o gas propano por este tipo de tecnología llegando a ahorrar en algunos casos hasta un 75% en la factura de calefacción.
El secreto: la dimensión
Hemos de insistir en la importancia de que estas alternativas no acaben por desvirtuarse. Sobreexplotar un recurso local provocaría la importación de madera de variedades de rápido crecimiento de otros lugares. Frente a este riesgo, el planteamiento con el que se están expandiendo este tipo de proyectos por muchas zonas rurales está muy claro y definido: aprovechamiento de un recurso local, actualización en el ejercicio de los derechos de leña, aprovechamiento colectivo del recurso, instalación de plantas de pequeño tamaño, regeneración y gestión sostenible de los bosques comunales, centralización en el abastecimiento y distribución del consumo del pellet o astilla y manejo por parte de una empresa local con capital público-privado.
EL CALOR QUE SÍ QUEREMOS, son iniciativas de:
– Proyectos delimitados a un ámbito forestal local. Comarcal – Mancomunidad de Municipios.
– Proyectos sobre una masa forestal donde hay una cantidad considerable de monte público o comunal al que se unen montes privados o de particulares.
– Con exigencia previa de un Plan de Ordenación de Recursos Forestales sobre toda la zona en explotación que garantice la sostenibilidad y los límites del aprovechamiento. Haciendo una adecuada zonificación para preservar valores ambientales y otros usos.
– Con un proceso participativo en la cual se informa previamente a toda la población sobre el proyecto y se recogen las opiniones de los y las vecinas.
– Proyectos promovidos por los ayuntamientos o entes públicos locales.
– Gestionados por empresas locales (a ser posible con participación de capital público – privado)
– Son pequeñas instalaciones con vocación de abastecimiento en un radio máximo de 80 km y con un cálculo de viabilidad adecuado.
– Se abastece de recursos forestales de las masas gestionadas bajo el Plan de Ordenación. Aprovechamiento forestal de residuos forestales, malezas, entresacas y limpiezas de los montes.
– La opción recomendad es la producción de astilla (menos elaborado) frente al pellet (más elaboración)
– Se deben preservar los derechos de leña de los vecinos y vecinas que los quieran ejercer.
– Se tiene que pactar un precio social del producto en función de los derechos de uso de los vecinos sobre las masas forestales.
Fuente: Revista Soberanía Alimentaria N° 9 – ‘Economía verde’, un análisis rural