Entrevista con Sidevaldo Miranda, integrante de la brigada Dessalines del MST en Haití y uno de los coordinadores de la pasantía de 76 jóvenes haitianos por organizaciones del campo brasileño.
Miriela Fernández/ALBA-movimientos
En la Escuela Nacional Florestán Fernándes del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) culminó el intercambio que durante un año realizaron jóvenes haitianos con organizaciones del campo brasileño. Esta iniciativa, apoyada por Vía Campesina, amplió la labor de la brigada Dessalines, creada por el MST desde el 2008 para regar en tierra haitiana semillas de solidaridad.
Sidevaldo Miranda, participante en la coordinación de ambas experiencias, contó la historia y desafíos de este proceso, que se aleja de las recurrentes miradas asistenciales a Haití y alienta una integración más sólida entre los pueblos.
¿Cómo surge esta experiencia de solidaridad del MST con el pueblo haitiano?
“Desde sus inicios, el MST se planteó como estrategia la solidaridad internacional para reforzar la lucha de clases y, de esa forma, ayudar a otros pueblos. Siguiendo el ejemplo de Cuba, hoy contamos con brigadas en Bolivia, Paraguay, Mozambique, y desde hace cinco años en Venezuela. En el 2008, enviamos la primera brigada a Haití. La idea surgió en el contexto de la ocupación militar de Naciones Unidas del 2004, que estuvo coordinada por Brasil.
“El MST tiene como principio el rechazo a cualquier tipo de ocupación militar. En ese sentido, defendimos la iniciativa de llevar a Haití una brigada de solidaridad con los movimientos campesinos para apoyar en su formación, lo cual concretamos en el 2008, con un grupo de cuatro personas, encargadas de conocer esa realidad a lo largo de un año. A partir del diagnóstico, veríamos cómo integrar nuestras experiencias en Brasil con la de los movimientos campesinos haitianos. También fue una manera de decir no a la ocupación, de mostrar que lo que necesitaba el pueblo haitiano era la ayuda para construir más autonomía en el campo y mejorar la calidad de vida en las zonas rurales, y de la sociedad en general.”
¿Qué cambios hubo en la concepción de esa estrategia tras el terremoto del 10 de enero del 2010?
“Esa brigada que en el 2008 tuvo el propósito de entender la realidad del país y de los movimientos campesinos, que persiguió contribuir en la creación de un punto de unidad entre esas organizaciones, desde una más local hasta las de carácter nacional –un desafío del MST y de Vía Campesina- se amplía tras el terremoto. El 10 de abril del 2010, 30 personas más del MST llegaron a Haití para apoyar en áreas técnicas, en la instalación de cisternas, en la producción y almacenamiento de semillas, en la reforestación del país, en el desarrollo de la agroecología.
“Profundizamos el proceso formativo. Trabajamos sobre el valor simbólico de instalar una cisterna, que genera autosustentabilidad y más tiempo para la lucha, para la organización del movimiento. Haciendo una síntesis, podemos decir que algunas organizaciones haitianas fueron perdiendo autonomía debido a las ONGs. Los militantes no reciben nada para mantenerse en sus organizaciones y una ONG paga un salario y los coloca dentro de una oficina. Por eso, la brigada también trabaja en el sentido de crear condiciones para la producción, teniendo en cuenta que el 60% de la población del país es campesina y carece de apoyo económico, incluso del Estado, para esta actividad. La mayoría de los proyectos destinados a Haití son asistencialistas y tienen un efecto mediático, pues se concentran en Puerto Príncipe, en la ciudad, y no hay muchas perspectivas de avances para las áreas rurales.
“Desde el ALBA (Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América), Venezuela, Cuba, Vía Campesina y el MST compartimos la idea de priorizar el campo, responsable del 40% de la producción de alimentos para la población. Pretendemos reforzar la producción de arroz, también en el Valle de Artibonite, pues fue destruida con importaciones de Estados Unidos. Vamos a hacer varios esfuerzos para conseguir recursos técnicos y ampliar y mejorar la producción propia del país”.
El terremoto atrajo también una remilitarización de la nación, ¿cómo ha influido ese contexto en el trabajo de la brigada, incluso ahora, cuando el gobierno brasileño maneja la posibilidad de retirar tropas de la llamada Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití?
“Primero, esas noticias las tomamos como una conquista. En Haití hay tropas solo para el control de la población, lo que le urge a la nación es infraestructura, escuelas, rutas de acceso a determinados lugares, construcción de viviendas, y una ocupación militar no resuelve estas demandas. Supuestamente los militares están allí para la seguridad, pero qué seguridad puede existir cuando el pueblo no tiene el mínimo de infraestructura.
“Con el terremoto murieron unas 300 000 personas. Un año después, el 10 de enero del 2011, solo habían sido retirados el 10% de los escombros de las calles de Puerto Príncipe, y además se extiende esa política asistencial. Los militares no hacen nada en Haití. La brigada llegó, como Cuba y Venezuela que enviaron profesionales: médicos, ingenieros, profesores, para contribuir con un cambio estructural porque las condiciones existentes oprimen, privilegian la competencia y la restricción de los derechos de la población.”
En ese sentido, ¿cómo se diseñó esta otra etapa del proceso de apoyo al país caribeño que consistió en el intercambio de jóvenes haitianos con movimientos campesinos en Brasil?
“Cuando nos reunirnos con el propósito de rediseñar la estrategia de solidaridad ante las consecuencias del sismo, como Vía Campesina-Brasil pensamos también en los recursos humanos y en su formación, y decidimos acoger aquí a una brigada haitiana. En septiembre del pasado año llegó ese grupo, integrado por 76 jóvenes de ocho organizaciones y en representación de todos los departamentos de Haití.
“Primero, pasaron por la Escuela Nacional Florestán Fernández y de ahí, se insertaron a nuestro movimiento y otros de Vía Campesina en varias regiones de Brasil. La idea fue que conocieran la historia de los movimientos campesinos, del MST, las luchas de base, los campamentos, las áreas cooperativas, las escuelas en zonas rurales. Después de esa convivencia, regresarían a la Florestán para intercambiar aprendizajes y las formas de seguir el trabajo en Haití.”
¿Cuáles han sido los principales resultados?
“Para el MST, es la primera experiencia de esa dimensión. Hubo muchas dificultades, pero fue muy rica. Resultó una concreción, un completamiento de nuestra labor en Haití. También aprendimos a interpretar mejor sus necesidades, y en ese sentido, buscar formas más eficaces de apoyo a los movimientos campesinos haitianos, que logren empoderarlos.
“En cuanto a los jóvenes haitianos, para ellos es una experiencia única. Estuvieron un año fuera de su país, conviviendo con otros movimientos, viendo sus luchas, y en lugares diferentes. Además adquirieron un nuevo idioma, y eso también es parte de la integración que queremos. De hecho, pasaron por la Escuela en dos ocasiones y en ambas acontecía el curso de teoría latinoamericana, lo que les permitió compartir con jóvenes de 22 países de la región que reciben esa formación.”
“Las organizaciones haitianas no tienen aún una línea de lucha conjunta. Son luchas locales, en cada región, algunas por el salario mínimo, contra la empresa Monsanto, pero no están unidas para cambiar la estructura del país, para transformar un modelo político de especulación de la pobreza, de la miseria. Por ejemplo, el 60% del presupuesto de la nación proviene de ayuda internacional.
“Para la brigada Dessalines esta situación es un desafío. Debemos contribuir con la integración de estos jóvenes a las organizaciones, aunque sabemos que no todos se van a incorporar. Pero quienes lo logren, ayudarán a sus movimientos, mucho más a partir de los aprendizajes del intercambio.”
Después de este largo proceso de apoyo al pueblo haitiano, ¿cómo resignifica el MST la solidaridad entre movimientos sociales?
“Para el MST la solidaridad tiene una dimensión práctica: compartir con un movimiento campesino lo mejor que tenemos en implementación de técnicas. Pero eso muchos lo hacen. La distinción está en mostrar el valor de esa infraestructura, de acciones como la reapertura de una escuela técnica para la formación de jóvenes, que luego podrán actuar en su organización, en un país donde estas instalaciones fueron cerradas por el Estado y donde más de la mitad de la población no sabe ni leer ni escribir.
“Sabemos que no vamos a lograr cambiar todo, son mínimos los recursos, pero llevar de Brasil la experiencia de producción de semillas naturales, oriundas de una región, que no sean importadas, es evitar más dependencia de las grandes multinacionales y conseguir que los movimientos produzcan de forma autónoma.
“Con respecto a la reforestación pensábamos que era un proceso simple y ha resultado lo más complejo. El 80% de la energía haitiana se basa en el carbón vegetal, hay muy poco gas de cocina. Por eso, incentivamos también a las organizaciones hacia la transformación de la estructura energética. Tampoco se va a lograr mejoría si no cambia la estructura agraria. Si la tierra sigue concentrada, en manos del terrateniente, el campesino que labora en una parcela y después tiene que salir, no tendrá preocupación, no trabajará en el cuidado de esta. De esa forma, las montañas seguirán quedando desnudas.
“Ante todas estas cuestiones, no resulta llegar con un proyecto técnico. Por eso, la brigada Dessalines trabaja con otra dimensión de la solidaridad que es el cambio de sentidos, para transformar estructuralmente el país, para fortalecer la lucha de los movimientos campesinos.”