Lunes 12 de Octubre de 2012
Frei Betto
Stefan Zweig tituló Brasil, país del futuro su libro de ensayos publicado el año 1941, cuando vino a conocer el país que lo acogería y en el que moriría al año siguiente. Ahora bien, puede aplicarse al futuro lo que dice Eduardo Galeano con respecto a la utopía: como el horizonte, está siempre ahí enfrente, pero no se puede alcanzar, por más que se camine en dirección a él.
Prefiero afirmar que el Brasil es un país de contrastes. Con una población de 192 millones de habitantes (de los cuales 30 millones viven en zona rural, donde predomina el latifundio, con grandes extensiones de tierras improductivas), sólo 6.6 millones estudian en la universidad. Y de los 92 millones de trabajadores casi la mitad no tienen contrato firmado.
Tenemos la mayor área de haciendas de América Latina y sin embargo nunca se hizo una reforma agraria. Somos el principal exportador de carne y tenemos la segunda mayor flota de helicópteros de las Américas, pero convivimos con la miseria de 16 millones de habitantes (de los cuales el 40% tiene menos de 14 años y el 71% son negros y trigueños).
Las señales de 350 años de esclavitud en el Brasil todavía son visibles en el hecho de que la población negra es pobre y con frecuencia discriminada. El Brasil, considerado hoy la 6° economía del mundo, ocupa la vergonzosa posición del 84° lugar en el IDH de la ONU (2012).
A pesar de que el 65% de la riqueza nacional se concentra en manos del 10% de la población, el país experimenta sensibles mejoras en estos primeros años del siglo 21. Gracias a los programas sociales de los gobiernos de Lula y Dilma, 30 millones de personas salieron de la miseria. El control de la inflación, el crédito fácil y la reducción de los intereses han ampliado el sector de la clase media. La exoneración de la industria automovilística y de los productos de línea blanca (neveras, lavadoras…) dan acceso a los bienes de consumo.
Sin embargo 4 millones de menores de 14 años todavía siguen sin ir a la escuela y están sometidos a trabajos indignos. Cinco millones de agricultores sin tierra se albergan en campamentos precarios a la orilla de las carreteras o viven en asentamientos con bajo índice de productividad. El 47.5% de los domicilios carecen de saneamiento básico; lo cual implica un universo de 27 millones de viviendas en las que viven 105 millones de personas.
Hay cerca de 25 mil personas sometidas a trabajo esclavo, especialmente en los estados de la Amazonía, cuyo despale, provocado por el agronegocio y la explotación depredadora hecha por expresas mineras, no cesa de privar a la selva de su exuberancia natural.
En la punta de la pirámide social los brasileños gastan, en viajes al exterior, ¡US$ 1,800 millones al mes! Y el flujo en cuentas externas alcanzará este año la cifra record de US$ 53,000. En los últimos años la baja cotización del dólar en relación al real afectó a la industria nacional y favoreció la entrada de productos extranjeros.
Como la economía brasileña se apoya principalmente en la exportación de commodities, la crisis financiera mundial redujo progresivamente los pedidos, ralentizando el crecimiento del PIB, previsto este año en un 1.2%.
Considerado el segundo mayor consumidor de drogas del mundo (sólo por detrás de los EE.UU.), el Brasil convive con una temible violencia urbana. Los homicidios son la principal causa de la muerte de jóvenes entre los 12 y los 25 años.
A pesar de que la situación social del Brasil haya mejorado substancialmente en la última década (hasta el punto de que muchos europeos afectados por la crisis financiera han venido a nuestro país en busca de trabajo), hace falta que el gobierno lleve a cabo reformas estructurales, como la agraria, la fiscal y la política.
El sistema de salud pública es precario, y solamente en este año los diputados federales han propuesto duplicar hasta el 10% del PIB la inversión federal en educación. Convivimos con 13.6 millones de adultos analfabetos literales y 29% de adultos analfabetos funcionales (saben leer y poner su firma, pero son incapaces de escribir una carta sin faltas o interpretar un texto).
Según el Instituto Pro-Libro, el brasileño lee sólo 4 libros al año y apenas un 5% de la población es capaz de expresarse en inglés, la mayoría de los cuales sin dominar dicho idioma.
El poder público brasileño, con raras excepciones, es reacio a la cultura. El presupuesto 2012 del Ministerio de Cultura es de apenas US$ 3 mil millones (el PIB actual del Brasil es de US$ 470 mil millones); lo que explica que en el país haya sólo unas tres mil librerías, la mayoría de ellas concentrada en las grandes ciudades del sur y del sudeste del país.
A pesar de las dificultades por las que atraviesa el país, somos un pueblo viciado de optimismo. Tenemos por costumbre guardar el pesimismo para días mejores…