Miércoles 26 de Octubre de 2011
Cuando la gente confía en sus propias potencialidades, se organiza y articula, la esperanza resurge. Ese es quizás el principal fruto de la solidaridad que busca la integración definitiva de América Latina.
Por: Tamara Roselló Reina
Wilson Sanon es ingeniero agrónomo. Hace poco más de un año egresó de la Universidad Agraria de La Habana y se dispuso a trabajar junto al campesinado haitiano, en la promoción de prácticas agroecológicas. Comparte su tiempo entre la sede de la Plataforma de Lucha por un Desarrollo Alternativo (PAPDA) en Puerto Príncipe y las zonas rurales, donde aplica los conocimientos que adquirió en Cuba.
Se acerca el sábado y se apura a dejarlo todo listo en la oficina porque no estará de regreso hasta comienzos de la semana entrante. Impartirá clases en la escuela de agroecología que han abierto de conjunto con la organización campesina Vive l’Espoir pour le Développement Kapwouj’ (Vedek), es decir Viva la Esperanza para el Desarrollo de Kapwouj’, ubicada a unos 870 metros sobre el nivel del mar, en Jacmel. Wilson se conoce este terreno de memoria porque aquí creció, por eso aprovecha estos retornos para compartir con los suyos, sobre todo con su familia.
Como parte de una propuesta de reconstrucción de Haití, Sanon considera estratégico el apoyo al sector campesino. Puerto Príncipe concentra la atención de la mayoría de las ONG y otras iniciativas de financiamiento. Esto explica que también sea el polo de atracción para quienes migran del campo a la ciudad en busca de mejores oportunidades laborales.
Luego del terremoto de enero del 2010 muchas familias retornaron a las comunidades rurales y allí recibieron la ayuda del campesinado de esas regiones para recomenzar sus vidas. Algunos compartieron lo poco que tenían, incluso, las reservas de semillas para las venideras cosechas. De esos gestos solidarios no contaron los medios de comunicación que dieron seguimiento informativo a la tragedia natural.
El modelo capitalista neoliberal imperante en Haití tampoco le ha hecho ningún favor al desarrollo agrícola del país. Por el contrario ha favorecido a empresas foráneas en detrimento de la producción nacional. Esto ha provocado alto niveles de dependencia externa pues se estima que internamente solo se cubre el 40 % de la necesidad alimenticia de la población.
Por otra parte el estado tiene un rol débil en el impulso a esta rama, apenas el 4 % del presupuesto se dedica a la agricultura. Varias organizaciones campesinas han denunciado que estos fondos se emplean en lo fundamental para gastos administrativos o para ganar provechos electorales en tiempo de campañas.
La aplicación de agrotóxicos, la siembra de plantaciones de jatrofa para la producción de agrocombustibles y la “donación” de Monsanto de 475 toneladas de maíz transgénico, también han indignado al campesinado haitiano.
En el último año las secuelas del terremoto han impactado el campo sobre todo por la ausencia de una estrategia nacional que redistribuya la tierra, proteja a los pequeños campesinos y se preocupe por garantizar la soberanía alimentaria.
En contraposición a esto, se alzan las acciones de las organizaciones campesinas haitianas como Vedek, empeñada en cuidar la tierra para sacarle sus mejores frutos. La ganadería, la producción de alimentos bajo principios agroecológicos y la conservación artesanal de los vegetales, son algunos de sus programas.
Roseline Pantaleón es su coordinadora hace un año. Brevemente presenta los diferentes ámbitos en los que trabajan, desde la atención a los jóvenes para vincularlos con la tradición campesina, hasta la lucha contra la violencia que se practica hacia la mujer.
Vedek surgió en 1988 y no ha estado ajena al cambio climático y su repercusión para la vida campesina, que ha tratado de impulsar mediante la capacitación de su membresía en técnicas agrícolas. Desde su estructura que permite llegar a varios agrupamientos de base, se preocupan también por la reparación de viviendas dañadas por fenómenos naturales. Pero han ido más allá, cuenta Andrelien Jean Baptiste, secretario de la organización. Ahora están mejores preparados para el paso de un ciclón o un temblor de tierra. Han levantado casas antisísmicas y anticiclónicas, asegura.
Este proyecto cuenta con financiamiento de Caritas, Francia y parte del uso de materiales locales. Muy cerca del ranchón que sirve de escenario a las reuniones de la membresía de Vedek, está ubicada una de estas viviendas, devenida una maqueta para mostrar la estructura y poder explicarle a los beneficiados y beneficiadas, las garantías que ofrece la nueva construcción para su calidad de vida.
Una pequeña radio comunitaria Vedek FM, anima a la zona con propuestas musicales y espacios educativos a través de la frecuencia 104.4 FM. La juventud se ha entusiasmado con esta oportunidad, por eso en la pequeña cabina es frecuente hallar a un grupo de muchachos que hacen posible la transmisión diaria. Así lo confirmó Aliés Maxi, representante de la Federación de Jóvenes de Vedek (FJ).
La gorra roja del Movimiento Sin Tierra (MST) que porta, le delata. Hace poco tiempo que regresó de la Escuela Florestán Fernándes, de Brasil, gracias a una, apoyada por Vía Campesina. “Estuve en un intercambio con campesinos brasileños. Allá estudié agroecología y también formación sociopolítica durante un año. Ahora de regreso a mi organización tenemos que dinamizar el movimiento social haitiano, en particular, Vedek, para alcanzar los propósitos que buscan los demás movimientos sociales en el continente.”
Otro desafío, añade Maxi, es “mejorar las capacidades de los jóvenes, su educación y además sensibilizarlos hacia la cultura local, para que no se pierda la tradición campesina”.
Por las tierras de Kapwouj la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) ha puesto a prueba la solidaridad pueblo a pueblo, esa semillita que Brasil y Cuba han empujado desde sus campos y aulas universitarias, crece libre y firme en medio de la maleza, a pesar de la erosión de los suelos, de la deforestación y de la crisis climática. Otra evidencia de que cuando la gente confía en sus propias potencialidades, se organiza y articula, la esperanza resurge. Ese es quizás el principal fruto de la solidaridad que busca la integración definitiva de América Latina.
Y es que como dice Wilson la verdadera “integración tiene que empezar desde la vida cotidiana, desde el desarrollo sociocultural de nuestros pueblos. Su base está en el conocimiento que cada uno de nuestros pueblos tenga de la realidad del otro, sino no se puede lograr un proyecto alternativo, que recupere todas nuestras tradiciones. La integración tiene que rebasar la dimensión gubernamental e ir más allá. Hay que conocerse, porque nuestras realidades son muy similares. ”
Fuente: www.albamovimientos.org